NOCHE, LUNA Y CIELO
Margarita
Eggers Lan
Había una
vez una casa enorme. Tan grande era, que para abrir la puerta había que subirse
a una escalera.
Adentro de
la casa vivían dos gatos chiquititos, uno negro y uno blanco.
La gata
blanca se llamaba Luna. El gato
negro se llamaba Noche. Luna no
podía vivir sin Noche. Noche no podía vivir sin Luna.
Sobre los
dos gatos vivían tres pulgas: Lucrecia,
Damasia y Amaranta. Todos los días, las pulgas jugaban carreras de saltos
entre las cabezas de Noche y de Luna.
A veces,
Lucrecia picaba la oreja de la gata. –Perdóname, Luna. No quise lastimarte –le
decía. En otras ocasiones, el gato se rascaba con fuerza. –Disculpen, chicas,
se me fue la pata –maullaba Noche.
Así vivían
los gatos chiquititos con sus pulguitas en la casa enorme. Hasta que un día, la
inmensa puerta se abrió. Y entraron muebles. Detrás de los muebles entraron
personas. Detrás de las personas entró... Un grandííísimo, pesado y orejudo
perro.
Luna y Noche
se escondieron en un rincón. –¡Cielo, tu comida! –se escuchó. Pero Cielo, el
perrazo, olfateaba el aroma de los gatos.
–GGGRRRRRRR
–gruñía, mientras levantaba los labios y mostraba sus dientes afilados.
Cuando la
trompa ya estaba cerquita de Luna y de Noche, Lucrecia, Damasia y Amaranta
saltaron a la cabeza de Cielo. Entre ceja y ceja, picotearon su piel. El perro
se puso bizco y sacudía la cabeza aullando.
–¡Basta!
–gritó Noche. –¡Vuelvan a casa! –dijo Luna. Y las tres pulgas saltaron sobre
los gatos. Cielo suspiró y los miró agradecido. Desde ese día, Luna y Noche
duermen bajo las orejas de Cielo.
De vez en cuando, sólo de vez en cuando, el perro les permite a las tres pulgas jugar en su cabeza.
Esta fue la historia de un gran perro,



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